Alfeñiques de Todos los Santos. Confitería virreinal de origen andalusí.
Es de todos conocido que la tradición católica de Todos los Santos y Fieles Difuntos, del 1 y 2 de noviembre, se integró a la antigua costumbre prehispánica del culto a la muerte. Los conquistadores se sorprendieron y quedaron aterrorizados ante el tzompantli expuesto en la explanada poniente del Templo Mayor de Tenochtitlán. Ahí se veían docenas de cráneos ensartados en palos, cráneos que procedían de las osamentas de los sacrificados en el mismo templo. Es esa la primera manifestación que vemos en la antigua cultura mexicana en la que aparece la calavera, misma que será colocada como elemento decorativo en varios relieves en construcciones, igual en la antigua Tula que en Chichén Itzá que en Tenochtitlán.
Con ello damos cuenta de la importancia que la muerte tenía, pues, al igual que en el catolicismo introducido por los europeos, había la creencia de una vida eterna. La religión impuesta luego de la conquista tuvo aquí tierra fértil en donde crecer y desarrollarse, tomando matices propios y característicos emanados de las antiguas ideas y creencias mexicanas.
En el Día de Muertos, como actualmente conocemos a la celebración, una de las muchas manifestaciones que se dan durante esos dos días son los dulces tradicionales, específicamente los alfeñiques, una herencia andalusí que la confitería virreinal trajo a México y que tomó carta de adopción entre nosotros.
Esto lo podemos corroborar en documentos de 1574, 1696 y 1737, a buen resguardo en el Archivo General de la Nación, así como en el General de Notarías, en los que vemos que la confección de alfeñiques se realizaba a lo largo de los tres siglos de presencia hispana, así como en el siglo XIX, según lo menciona un artículo de la revista El tiempo ilustrado publicado en su edición del 17 de diciembre de 1911, en el que se da cuenta de que en 1837 eran las monjas del convento de San Lorenzo en la ciudad de México quienes se dedicaban, entre otro menesteres, a la producción de alfeñiques para las diferente festividades religiosas que se llevaban a cabo a lo largo del año, especialmente en la Navidad, Semana Santa y Fieles Difuntos.
Tanto las celebraciones como la producción de alfeñiques se han mantenido a lo largo del tiempo y, en nuestros días, ya desde la víspera de la celebración del “Día de Muertos”, van apareciendo en los mercadillos que, a propósito de la fiesta, se colocan en las antiguas poblaciones de la región central de México ofreciendo sus calaveras de azúcar, sus borreguitos, e, incluso sus platitos con enchiladas, todos hechos con pasta de azúcar de caña con la técnica del alfeñique (del árabe al-fa[y]níd).
La forma original de este este dulce de melaza, que todavía se mantienen en algunos países iberoamericanos, era similar a un palo alargado y retorcido, dando lugar al término de comparación que se sigue aplicando a las personas débiles, flacas o enfermizas. En la memoria colectiva de los menos jóvenes de nosotros, permanecen los llamativos anuncios protagonizados en el pasado siglo por un curioso personaje estadounidense, el musculoso “Charles Atlas”, quien, desde los números de la revista “Mecánica Popular” aseguraba : “Mi misión es convertir alfeñiques en hombres”. Los publicistas de esta parte del mundo recurrieron, pues, a esta dulce y delicada golosina andalusí para que desarrolláramos nuestros menguados músculos, adquiriendo su milagroso método.