Las armas de la luz
Los libros podrían ser siempre clasificados por sus comienzos, y éste de Las armas de la luz obtendría alta calificación. Cuando los primeros párrafos de un libro atrapan, tal seducción inicial indica que surgen de una bien preparada y consciente escritura. Un ejemplo máximo y siempre reconocido está en el famosísimo inicio de Don Quijote de la Mancha, que desde el primer plumazo anuncia el alto nivel de los escenarios, personas y trama de los hechos, probando la calidad del autor. Es un anzuelo narrativo, que el lector no soltará hasta avanzar por los intríngulis y resolver su final. Así, Las armas de la luz (Madrid, HarperCollins, 2021), empieza por echar sus artes de ‘pescar’, desde el principio:
«Puerto de Cubellas, 16 de septiembre, año 996. Azotaron chubascos desde el amanecer. Salía el sol sobre el mar en intervalos, pero el viento no cesaba…. El aspecto del mar iba siendo cada vez mejor y la repentina calma resultaba prodigiosa. Hasta que un vivo trompeteo de aviso se inició de pronto en la garita de vigía…. “¡qué barcos tan raros! ¡serán sarracenos!”».
Lo eran: barcos egipcios, con regalos de fieras para el todopoderoso chambelán cordobés Almansur. De este puntual lance surge un recorrido histórico-novelado, por finales del siglo X y comienzos del XI, por la Marca Hispánica y condados catalanes, y por al-Andalus. En Las armas de la luz son históricos los tiempos y los espacios, varios personajes y grandes hechos, que enmarcan aquellas pasadas realidades, ampliadas con maestría, por cuanto sabe añadir el asombroso vigor expresivo de Sánchez Adalid, continuamente demostrado en ésta y en la extensa trayectoria de sus premiadas y bien acogidas novelas, al pintar el aspecto y el alma de las gentes (el autor fue Juez algunos años) y de modo suntuoso los paisajes y ambientes –con su perfil de hace un milenio- de ciudades, puertos y monasterios del Norte (Barcelona, Gerona, Lérida, Tortosa, Seo de Urgel o La Seu d’Urgell … ), y los contrastes del Sur: Córdoba, por ejemplo contemplada por el conde Armengol I, un soleado 26 de junio de 1003:
«Un día que amaneció despejado y fresco, al remontar unos cerros, divisaron por fin Córdoba…. Resplandecía la gran ciudad bajo el fuerte sol en medio de la extensa campiña, sembrada de mieses ya doradas… las torres, los alminares y los tejados brillaron en un cielo puro… Armengol paseó su mirada por aquel gentío ansioso y polvoriento. Dejó escapar un suspiro y sus ojos enrojecidos, vidriosos, buscaron la visión de la ciudad…. Todo era aparentemente bello y apacible ante su mirada triste ».
Hay siempre en sus páginas una plasticidad cuya belleza nos incluye, y además armoniza “verdad literaria” y “verdad histórica”, con documentación histórica bien utilizada, como puede comprobarse en uno de los mayores acontecimientos de este libro Las armas de la luz: y fue que Almanzor asaltó Barcelona el lunes 6 de julio de 985; tras su muerte. 17 años después, comenzó la caída del centralismo de los Omeyas y la ruptura de al-Andalus.
¡Ay, aquel tenebroso “Año Mil!”; los condes de Barcelona, Urgel y Besalú apoyaron a una de las facciones de aquella guerra incivil o fitna andalusí, y asaltaron Córdoba. Sánchez Adalid sabe dramatizarlo, y un capítulo enuncia: “la fitna de Al-Ándalus y la venganza de los condes”, de modo que, confrontando ambos polos de lugar y personajes, contrapone tendencias separadoras / centristas, con personalidades aglutinantes algunos de tanta talla religiosa, política y cultural como el abad Oliba, que en 1002, el mismo año de la muerte de Almanzor, renunció a su condado para profesar como benedictino en el monasterio de Ripoll: y que cierra la novela con su sermón, exhortando: “¡Revistámonos pues de las armas de la luz!”. Esto fundamenta el espléndido título de la novela: sí, la Luz que es Paz tiene sus recursos, y acabará por vencer. Así es ahora, y en todo el fondo narrativo del premiado autor de El mozárabe y de tantas novelas más.