El análisis de la arquitectura y el urbanismo: herramientas fundamentales para descubrir la historia oculta
De la torre de Santa María de Tauste (Zaragoza, Aragón) siempre se dijo que era mudéjar, construida en el siglo XIII como campanario de la iglesia del mismo nombre. Se trata de una esbelta edificación de planta octogonal y 47 metros de altura, construida toda ella con ladrillo asentado de yeso, ubicada a los pies del templo.
Desde el exterior, ya extrañaba que aquellos ventanales donde hay campanas tuvieran que ser rotos para alojarlas, eliminando el parteluz de esos huecos, a diferencia de los otros que permanecen intactos. Parecía indicar que los alarifes que la construyeron en ningún momento pensaron que fuera a servir para ese fin. Examinando toda la obra minuciosamente, descubrí a cierta altura una grieta de separación entre la torre y la iglesia. En ella se apreciaba que, mientras las hiladas de ladrillo pertenecientes a la torre estaban perfectamente rejuntadas, las del muro de la iglesia presentaban las rebabas típicas del mortero que ha rebosado al asentar los ladrillos y que no se pudieron eliminar porque se estaba construyendo junto a otra obra ya existente. Eso significaba que, cuando se construyó la iglesia, la torre ya estaba allí y que, además, ésta se había concebido completamente exenta. Tomando las medidas necesarias y analizando todas las secciones verticales posibles, comprendí que esta construcción no respondía a la descripción que de ella se daba, es decir, una torre dentro de otra entre las cuales ascendía la correa de la escalera (lo que denominan “estructura de alminar almohade”), sino que es una torre única, formada por un muro de gran espesor, en cuyo interior se había ido dejando ese hueco helicoidal, como si de un túnel escalonado se tratara, que sirve de escalera. Se trata, pues, de un sistema constructivo mucho más arcaico que el que los almohades empleaban en el siglo XIII en el sur de la península.
Estas y otras apreciaciones que referí en mi trabajo “Tauste en los siglos XI al XIII” me llevaron a la conclusión de que, realmente, estábamos ante el alminar que se había construido en Tauste en el siglo XI, época de la taifa de Saraqusta. Esta teoría no fue aceptada en los medios académicos porque, según los historiadores, Tauste, antes de su conquista por Alfonso I de Aragón, no había tenido apenas entidad de población y, menos todavía, la suficiente como para justificar la erección de una torre tan magnífica.
Pensé que, efectivamente, semejante alminar tenía que acompañar a una mezquita perteneciente a una población de grandeza acorde a ese tamaño y majestuosidad. “Si aquí hubo gente, en algún lugar enterrarían a sus muertos”, razoné. Me puse a estudiar los criterios de fundación de los cementerios islámicos: siempre extramuros, pegados a la población y junto al camino principal que llegara a la misma. Tras un análisis exhaustivo de los planos de urbanismo de la localidad, delimité los distintos anillos de crecimiento del núcleo urbano, comprendí que ese camino principal tenía que ser el que viniera desde Zaragoza y detecté la zona donde pudo estar esa maqbara (necrópolis). Coincidía exactamente con el mismo lugar donde, desde hacía años, aparecían algunos enterramientos de los que se pensaba que correspondían a una epidemia de cólera que asoló la población en 1885. Comunicado todo ello a la Asociación Cultural “El Patiaz”, se practicó la primera cata arqueológica en octubre de 2010, encontrando ya varias tumbas realizadas bajo el rito islámico: cuerpos depositados de costado, con la cara orientada hacia La Meca. Estudios realizados mediante carbono 14 determinaron un periodo que abarcaba los cuatro siglos de dominio islámico en el valle medio del Ebro, fechando la más antigua de las tumbas como la más antigua de la península ibérica de todas las datadas hasta entonces por métodos radiocarbónicos, junto con otras halladas en la plaza del Castillo de Pamplona. Eso significaba que, cuando el islam llegó a estas tierras (año 714), Tauste ya era una población estable y asentada. Pero no solo eso: marcando sobre un plano de la zona aquellos lugares donde las informaciones orales situaban otros hallazgos, resultaba una maqbara de dos o tres hectáreas de superficie, la cual, aplicándole la densidad de enterramientos que iban apareciendo, albergaría más de 4.500 tumbas de personas adultas más las infantiles intercaladas entre las mismas.
Tras varias actuaciones arqueológicas más, todas ellas promovidas por la Asociación “El Patiaz”, la que se está llevando a cabo actualmente resulta ser la más espectacular, ya que viene motivada por las obras de urbanización de la avenida Obispo Conget, en la cual hay una superficie de 4.000 m2 afectada por esta importante necrópolis.
Semejante cementerio musulmán justifica la grandeza suficiente de esta población en el siglo XI como para construir ese extraordinario alminar, con todo lo que ello supone. No solamente por la extensión de dicho cementerio, sino también por su ubicación (actual zona de ensanche urbano): si la ciudad llegaba hasta allí, también eso es indicativo del importante tamaño de la misma. Así pues, el legado de aquella época se hace patente aún en muchos aspectos, siendo la torre de Santa María el más llamativo de todos ellos.
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