El Lord Byron de al-Ándalus
Abũ`Amĩr ben Šuhayd nació en Córdoba en 992 d.C. Era de noble estirpe árabe, y su familia, leal a la dinastía omeya. Su abuelo ocupó un alto cargo con Abd al-Rahmãn III, y su padre fue visir de Almanzor, además de gobernador en Valencia y en Tudmir (Murcia). Almanzor mostró afecto hacia ben Šuhayd durante su infancia, distinguiéndole con valiosos regalos.
Este singular poeta cordobés creó un tipo de poesía áulica, al servicio de los últimos califas de Córdoba, aunque cultivó también otros géneros: sátira, elegía y géneros modernistas, como los poemas báquicos.
“Ben Šuhayd es un extraordinario poeta y, según sus propias teorías, por talento natural y no por erudición, aunque su poco bagaje erudito no fuese sino una de las puestas en escena del personaje que él mismo se creó, como haría Lord Byron, con el que tiene ciertos paralelismos y no solo porque adoptase un talante cínico y libertino. Como poeta cultiva los géneros modernistas porque son los que reflejan su forma de vivir, con una evidente actividad bixesual y báquica, tal vez exagerada para épater le bourgeois”[1] (Mª Jesús Rubiera). Su gran amor fue el visir y poeta Abũ Merwãn al-Zayyalĩ y, tras su muerte, su vida se desmandó.
Un ejemplo de sus poemas modernistas sería:
La lluvia, insomne en el jardín,
cayó mientras las flores dormían;
al despertarse eran como las bellas
que nadan entre las olas;
dueñas a las que no importaba
mostrar brazos y mejillas;
doncellitas que se quejaban ruborosas
y se escondían entre sus cálices;
había rosas que eran como mejillas ruborizadas
por la mirada del atrevido…
Y entre sus poemas báquicos:
Nuestra borrachera era tan grande
que nos empeñamos en hacer lo prohibido;
arrojamos al suelo nuestros bonetes
y arrastramos los cabos de nuestros turbantes;
cantaban las cantoras y les contestaban
los gañidos de las gacelas;
nos levantamos dando palmas
y danzando con las cabezas.
O la descripción de una orgía con un efebo adolescente:
Yo lo seguí hasta la puerta de su casa,
porque hay que seguir a la pieza hasta alcanzarla,
le até con mis riendas
y fue dócil a mi bocado.
Fui a beber a los pozos del deseo
y pasé por encima de la vileza del pecado.
La gran amistad que le unió a ben Hazm [2] estuvo abonada por sus gustos e intereses comunes, incluidos los ideales políticos, y mantuvieron esa amistad durante toda su vida. También ben Šuhayd, como ben Hazm, había sido uno de los maestros que el califa Muhammad al-Mustakfi eligió para su hija Wallãda.[3]
El califa anterior, Abd al-Rahmãn V —asimismo poeta—, nombró a su gran amigo y colega Abũ Muhammad ben Hazm haŷĩb de sus reinos, tras otorgarle Doble Visirato y eligió como visir al poeta ben Šuhayd.
Poco después, cuando al-Mustakfi asesinó a Abd al-Rahmãn V, el infame mandó prender al círculo político de su predecesor; Aben Hazm fue encarcelado, mientras ben Šuhayd, avisado a tiempo, huyó y refugiose en Málaga, procurando el apoyo de Yahyã ben Hammud (otro frustrado califa anterior) para combatir la anarquía reinante.
Fue siempre fiel asistente al Salón de la Poesía de la princesa omeya Wallãda, como narramos en “El Collar de Aljófar”:
Enmudeció la música y durante breves instantes solo se oyó el murmullo del agua. El poeta ben Šuhayd, desde que muriera su amante el visir, cada día se dejaba ver con un joven diferente; habló al efebo que aquella noche lo acompañaba y, al punto, subió al estrado alcatifado que junto a la fuente se alzaba. En su entorno decenas de trémulas candelitas resplandecían como palpitantes luciérnagas entre la frondosidad de las trepadoras. A todos sorprendió no oír su esperado timbre melifluo, antes bien, sonó con sobrecogedor acento:
¿No hay entre las ruinas ningún amigo
que pueda informarme?
¿A quién podría preguntar para saber
qué ha sido de Córdoba?
No preguntéis sino a la separación;
solo ella os dirá si vuestros amigos
se han ido a las montañas o a la llanura.
Se han dispersado en todas direcciones,
pero el mayor número ha perecido.
Por una ciudad como Córdoba
son poco abundantes las lágrimas
que vierten los ojos en torrente incontenible…
Cuando yo la conocí, todos la habitaban
en concordia, y la vida era bella.
¡Oh morada en la que el ave agorera se posó!
¡Oh Paraíso sobre el cual el viento de la adversidad
ha soplado tempestuoso, destruyéndolo,
como ha soplado sobre sus moradores, aniquilándolos!
Era tenido por hombre disoluto, pero de singular talento como poeta, dotado del dominio de todos los recursos literarios y poéticos del momento. Poseía enorme habilidad para lo burlesco y satírico; prueba de ello es su obra “Kitab al-naranchiyyat”, retrato de los bajos fondos de Córdoba, donde refiere con peculiar gracejo los trucos de los pícaros, truhanes, estafadores y videntes embaucadores para burlar al crédulo vulgo; ofrece una guía para magos: cómo introducir huevos en botellas, cómo estrellar un cristal sin romperlo o dotar a un taller de alquimista para falsificar monedas.
El empleo de la sátira y la ironía condujo a ben Šuhayd a granjearse enemigos, llegando a ser encarcelado, debido a una campaña de difamación orquestada contra él por uno de sus familiares, sobre lo que escribiría:
“Lo que más me ha perjudicado es el tono jocoso de mis versos, o más bien esa sutileza que hace creer que yo sustento pensamientos insensatos cuando mi conciencia es bien recta”.
Ben Šuhayd destacó además en la crítica literaria, especialmente con su obra “Risalat al-tawabi`wa-l-zawabi’”, “Epístola de los Genios” (1025), considerada una obra maestra de la literatura hispanoárabe y una antología de su obra poética. En ella deja patente su espíritu inconformista, crítico con las enseñanzas recibidas, defendiendo con fervor su teoría de que el poeta nace y no se hace, al tiempo que resta valor a la erudición. Se jactaba de no haber leído más de un par de libros y de que su obra solo era fruto de la inspiración, como deja claro en “Genios, mitad ángeles-mitad hombres”. Defendía que es en el temperamento del escritor donde estriba la buena literatura y que el instrumento que guía el cálamo del poeta es su inteligencia. No obstante, quienes bien lo conocieron desmienten ese alarde de falta de erudición, y su propia obra ofrece datos que apuntan en dirección contraria.
El carácter genial de ben Šuhayd (entre un Francisco de Quevedo y un Lord Byron) y su dominio del idioma lo convirtieron en uno de los grandes poetas andalusíes del momento. Su genialidad con las aliteraciones y sus excepcionales mutaciones rítmicas lograban perfecta conjunción entre forma y fondo. Estaba dotado para convertir en poesía el tema más prosaico.
Un día de primavera del 1034, con 42 años ben Šuhayd sufrió una hemiplejía. Aunque logró salvar la vida, quedó tullido y bajo amenaza de que el ataque repitiera. Cuando se sintió morir, llamó a su fiel amigo ben Hazm, exiliado en Šãtiba; este regresó a su ciudad natal y se aposentó en la mansión del colega para cuidarlo. Aquella enfermedad convirtió su vida en un infierno de dolores e incapacidad. En las raras ocasiones en que salía, era porteado en camilla, aunque lo habitual era que ben Hazm organizara para él tertulias con amigos y compañeros en su domicilio.
Fue antes de su prematuro final cuando escribió sus versos más intensos, como el que dedicó a ben Hazm para recordarle que escribiera su elogio fúnebre:
Cuando veo que la vida me vuelve la espalda
y que la muerte inexorable me alcanza,
sólo anhelo vivir escondido allí,
en la cima de un monte donde el viento sopla;
solitario, comiendo lo que me reste de vida
las semillas del campo y bebiendo
el agua de los hoyos de las peñas.
¡Amigos míos, se prueba el sabor de la muerte una vez,
pero yo lo he probado ya cincuenta veces!
La apoplejía insistió un año después, en 1035, con resultado de muerte, siendo enterrado en Hayr al-Zayyalĩ, jardín de la que fuera mansión de su amado visir Abũ Merwãn al-Zayyalĩ, al noroeste de Córdoba, donde también el visir había sido enterrado y que, antes de su muerte, legó a la ciudad como parque público; más tarde acabaría convirtiéndose en cementerio. Contaba el polígrafo ben Hazm —que lo acompañó en sus últimas semanas— que sus padecimientos fueron indecibles y que solo el efecto anestésico de la mandrágora le procuraba algún alivio, pues tanto se fue agravando su dolencia que no le sirvieron ya los recursos de la medicina, hasta que pasó a la misericordia de Alá. También reprochaba ben Hazm que —pese a que su amigo moribundo le rogó que le hiciesen un entierro sencillo, íntimo, sin ataúd y en contacto directo con la tierra— no se cumplieran sus deseos y, por el contrario, se le hiciera un entierro lujoso y multitudinario, luciendo un ataúd de maderas preciosas y aromáticas con franjas de oro.
Mucho antes de su muerte él intuyó su final, según deja claro en su obra “Epístola de los Genios”, al poner él mismo en boca de al-Mutanabbĩ la siguiente sentencia, en referencia a los versos y la persona de Ben Suhayd:
“Si se prolongaran las etapas de su vida, no hay duda de que llegaría a echar por la boca perlas; pero estoy seguro de que morirá pronto, porque tiene una inteligencia como un ascua y una voluntad que colocará sus pies sobre la frente de la luna”.
[1] – “Literatura hispanoárabe”, Mª Jesús Rubiera Mata.- Publicaciones Universidad Alicante, 2004.
[2] – Ver mi artículo “Ibn Hazm, pasión y rebeldía“.
[3] – “El Collar de Aljófar“, novela histórica de Carmen Panadero.
Foto superior: “Versos andalusíes”