Las codiciadas especias en Al Andalus y su importancia en el descubrimiento de nuevos mundos
Las especias marcaron nuestra historia de manera decisiva, no sólo en nuestras mesas sino en los descubrimientos de otros mundos, propiciando la apertura de nuevas rutas hacia los misteriosos e imponentes imperios del Extremo Oriente, en una primera globalización cuyas consecuencias fueron enormes.
De gran valor económico, fueron utilizadas en la medicina, la religión, la cocina o la perfumería, superando su valor al de los metales preciosos. Para obtenerlas había que recorrer el mundo entonces conocido, ya que provenían de unas pequeñas islas de Indonesia: las Molucas. Así, en la búsqueda de una ruta alternativa y, según equivocada hipótesis más corta, se descubrió América, el Océano Pacífico, el Estrecho de Magallanes, y por extensión, se reconfiguró el mundo.
Conocidas y apreciadas desde la Antigüedad, su comercio fue una de las tareas más prolijas y afanosas de todos los pueblos, sobre todo de los mediterráneos, siendo primero los griegos, fenicios, y romanos, y en la Edad Media los mercaderes árabes quienes lo monopolizaron. Con la llegada de los árabes a la Península Ibérica, se produjo un cambio en las tradiciones alimenticias que se extendió a otros pueblos de Europa. El azafrán –del árabe zafran-, que valía su peso en oro, la popular pimienta, la deliciosa canela, el tomillo, el clavo, el anís, el jengibre, la mostaza, el comino, la cúrcuma, y una larga lista, fueron muy utilizados en la cocina del Al Andalus. Con anterioridad a su llegada, la dieta aquí era en extremo simple, con platos poco variados, pero los árabes la revolucionaron con la aportación de estas especias, de exóticos productos vegetales y de fórmulas culinarias nuevas, dando como resultado una gastronomía más sabrosa, variada, sana y refinada.
Debido al valor económico de las especias en la Europa en aquella época, España y Portugal se lanzaron a buscar rutas alternativas a la del Mediterráneo, en aquel momento bajo poder turco e infestado de corsarios, tomando Portugal la ventaja, aventurándose en dirección hacia el Oriente. El descubrimiento fortuito de Cristóbal Colón del Nuevo Mundo en su intento de llegar a Las Indias por una ruta más corta, y la posterior circunnavegación de la tierra por Magallanes y Elcano, son bien conocidas por todos, odiseas motivadas por el exotismo y el atractivo económico de las especias.
Pero el sueño de Colón de establecer una nueva y próspera ruta comercial hacia el Extremo Oriente sólo fue posible 40 años después, cuando dos brillantes guipuzcoanos, Miguel López de Legazpi, fundador de Manila, y el piloto Andrés de Urdaneta, promotor del “tornaviaje” más famoso de la Historia, emprendieron un viaje de vuelta de una manera mucho más corta y que evitaba dar toda la vuelta a través del Estrecho de Magallanes. Así, llevados por el celebrado Galeón de Manila desde Manila a Acapulco, las especias y otros preciosos productos como los mantones de Manila, y tras cruzar por tierra Méjico, eran de nuevo embarcados en Veracruz en las naves de La Flota de Indias, consiguiendo lo que parecía imposible: unir 3 continentes en una línea comercial y cultural de enormes consecuencias. La última escala americana de estas preciosas mercancías era el estratégico Puerto de La Habana, donde se reagrupaba la Flota para emprender viaje hacia Sevilla y Cádiz.
Urdaneta, con su “tornaviaje”, hizo posible el sueño de Colón: establecer una nueva y próspera ruta comercial hacia el Extremo Oriente, abriendo así al mundo a un desafío cultural sin precedentes.