El verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa
La arquitectura mudéjar aragonesa supone un patrimonio importante con ejemplos destacados incluidos en la declaración de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El origen de la misma siempre tuvo una explicación vaga y difusa, como un arte de ascendencia islámica que nacería dos siglos después de la conquista cristiana, producto de la convivencia entre las tres culturas. No parece muy creíble que, después de tanto tiempo de cristiandad, se estuvieran importando técnicas constructivas de lo que entonces ya era Alandalús, prácticamente reducida a la actual Andalucía, un país hostil para los aragoneses de aquella época, cuya frontera estaba a unos 500 Km hacia el sur.
Los descubrimientos de los últimos años en Aragón nos revelan, en la época de dominio islámico (siglos VIII al XII), un territorio ricamente poblado a lo largo de los ríos Ebro y sus afluentes, con un grado de desarrollo muy superior al del mundo cristiano de aquel entonces en todas las áreas (regadíos, ganadería, artesanía, comercio, medicina, filosofía, etc.). En el siglo XII, a medida que los aragoneses van conquistando el valle medio del Ebro, se van encontrando con poblaciones importantes en las que hay, lógicamente, mezquitas y alminares. Las mezquitas son consagradas para el culto cristiano y los alminares se reutilizan para el uso de campanarios. Transcurrido un tiempo y superadas las penurias de la guerra, los nuevos gobernantes son conscientes de que sus templos son obsoletos en comparación con las modas del momento: se trata de naves mucho más bajas y oscuras que las que predominan en el sur de Europa, donde triunfa una manera de construir que ahora denominamos “estilo gótico”. Paulatinamente, se van derribando aquellas iglesias que antes habían sido mezquitas y son reemplazadas por otras de mayor altura y luminosidad, imitando el gótico del mundo cristiano del otro lado de los Pirineos.
Se da la circunstancia de que, en estas tierras, escasea la piedra como material de construcción, pero abunda la arcilla para fabricar ladrillos y yeso para aglomerante. Los mayores expertos en realizar edificios con estos materiales siguen siendo los alarifes musulmanes que permanecen en sus tierras después de la conquista cristiana, a los que, en Aragón, se les ha permitido quedarse, respetándoles unos derechos que, en otros reinos de la Península, les fueron negados prácticamente desde el principio. A estas gentes se les conoce ahora con el apelativo de “mudéjares”, aunque Cervantes nos dice en el Quijote (capítulo XLI) que “tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada, mudéjares” Es evidente que aquella arquitectura de origen islámico era muy del gusto del poder cristiano, pues tanto la realeza como la nobleza y el clero aragoneses encargaron los edificios más representativos de su época a aquellos alarifes, quienes no hicieron sino continuar la labor constructora de sus antepasados. De esa forma, aquellos viejos templos fueron sustituidos por estas iglesias que hoy conocemos como “mudéjares”, pero, en muchos casos, no ocurrió lo mismo con las torres, pues, aquellos bellos alminares que habían sido erigidos en el siglo XI seguían sirviéndoles perfectamente para el uso al que siempre estuvieron destinados: llamar a los fieles a oración, antes de viva voz, mediante la llamada del almuédano, y ahora mediante el tañido de campanas.
Se reconocen mediante un exhaustivo análisis constructivo, detectando que, arquitectónicamente, encajan de manera extraña con la iglesia a la que acompañan y, en los encuentros entre ambos edificios, se observa que la construcción de la torre es anterior a la de la iglesia (cosa paradójica si ambas hubiesen sido concebidas como un proyecto único). Este fenómeno sucede con más de una treintena de torres aragonesas erróneamente catalogadas como mudéjares, siendo realmente, en su origen, alminares erigidos en el siglo XI. Ejemplos de ello son las torres de San Pablo y la Magdalena en Zaragoza, o las de Utebo, Alagón, Tauste, Ateca, Longares, etc. También destaca la torre de San Andrés de Calatayud, donde se da la circunstancia de que los muros y las arquerías de la antigua mezquita todavía se conservan como parte integrante de la iglesia actual. También hay otros edificios que no son torres, como es el caso de la Parroquieta de la Seo, la cual merecería un monográfico aparte.
Resulta fascinante el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa, entendido como la pervivencia de la que había sido realizada en la época islámica, a la cual denominamos “arquitectura zagrí”, como lo es hablar de “arquitectura islámica” en un territorio situado tan al norte de la Península donde este concepto tan solo suele relacionarse con Córdoba, Sevilla, Granada y, en menor medida, Toledo.
Sin embargo, todavía lo es más el origen de esta “arquitectura zagrí”, del que hablaremos en otro artículo.