La herencia andalusí en el Monasterio de Santa Catalina de Arequipa. Perú
El Monasterio de Santa Catalina de Arequipa, es uno de los grandes referentes de la ciudad pues, junto a la Catedral, es uno de los espacios más visitados de esta urbe. Su grandeza arquitectónica y urbanística van de la mano de la intimidad de sus pequeños rincones. Callejuelas, placitas y casas en las que, al pasear, podemos ver mucho de la tradición de una cultura andalusí que cruzó el Océano para llegar al Nuevo Mundo.
Los primeros años de Arequipa y la gestación de su principal Monasterio femenino
La fundación de la Villa Hermosa de Arequipa tuvo lugar un 15 de agosto de 1540. Esta fundación ocurrió tras el intento de consolidar la ciudad en el valle de Camaná, ubicado en las costas de Arequipa, el cual fue un rotundo fracaso.
Es debido a estas circunstancias que, Francisco Pizarro dicta a su teniente gobernador, García Manuel de Carbajal, la orden de trasladar dicha ciudad primigenia a la zona del valle de Arequipa. Una zona que ya había sido visitada por el propio Pizarro un año antes. Debido a la fecha de su fundación, Arequipa es una ciudad fundada de manera previa a las ordenanzas que dicta Felipe II, pero en la cual se aplicó el “modelo indiano” caracterizado por la implantación de una cuadrícula casi perfecta. Algo que ya se había puesto en práctica en 1535 en la fundación de Lima.
En poco tiempo, Arequipa se consolida como una de las ciudades más importantes del Virreinato del Perú, debido a su ubicación estratégica de conexión entre la zona andina y la zona costera. Gracias a esto, son muchos los españoles que deciden asentarse en la ciudad y aparecen nuevas necesidades desde el punto de vista asistencial, de servicios, urbanísticos y arquitectónicos, entre otros.
El resultado de estas necesidades es la petición de varias damas de fundar un convento en la ciudad. Una petición que tiene como resultado la construcción del primer monasterio de monjas de Arequipa a partir de 1579: El Monasterio de Santa Catalina de Sena de Arequipa.
Tras él, surgen otros que se suman a los monasterios masculinos y se produce una progresiva conventualización. Con ellos, aparecen diversos prototipos de arquitectura conventual, como la tipología de macroconvento o “ciudad dentro de la ciudad”. Eso, es lo que precisamente es el Monasterio de Santa Catalina. Una auténtica ciudad dentro de la ciudad.
Formas, colores y espacios de tradición andalusí en El Convento de Santa Catalina de Sena de Arequipa
Santa Catalina de Arequipa es un Monasterio que mira hacia adentro. Un conjunto arquitectónico de grandes dimensiones compuesto por calles, plazas, casas privadas, iglesia, cocina y baños comunitarios.
Rodeada de una enorme muralla. Este Monasterio se creó para acoger a las jóvenes procedentes de familias de la alta sociedad arequipeña que decidían dedicar su vida a Dios. O, que veían en la vida monástica una forma de escapar de ciertas situaciones que la sociedad del momento les imponía.
Como ya hemos dicho, su creación se llevó a cabo gracias a la petición de un grupo de mujeres arequipeñas. Pero también a la ayuda del virrey don Francisco de Toledo, el cual donó fondos y tramitó todas las licencias necesarias para su fundación.
Cabe resaltar que una de las promotoras de esta fundación fue una acaudalada viuda, doña María Álvarez de Carmona, también conocida como doña María de Guzmán. Esta dama arequipeña profesó en el convento junto con su hija, llegando a ser su primera priora tras donar todos sus bienes al convento.
Con una extensión de 20.426 metros cuadrados aproximadamente, en este monasterio podemos encontrar una iglesia, tres claustros, huertas, jardines, plazas, lavaderos, almacenes y una serie de calles, callejuelas y callejones, que desembocan en pequeños rincones que recuerdan a calles de ciudades andaluzas o del norte de África. No por nada, estas calles, al interior de la ciudadela del Convento de Santa Catalina, reciben nombres tan evocadores como Sevilla, Granada, Córdoba o Málaga. Calles en las que, los geranios son los protagonistas.
No dejan de ser importantes las plazas que se abren en el encuentro de estas calles, las cuales también reciben nombres que evocan a las ciudades peninsulares, como la Plaza Zocodover, una de las más importantes al interior del convento.
También es llamativo el uso del color. Ocres, añiles y alberos son los elegidos para pintar claustros, casas y calles. Una tradición islámica del color que hemos perdido en Andalucía pero que, aún se conserva en ciudades y pueblos de Marruecos, como es el caso de Chefchaouen.
El trazo y morfología de estas calles es el reflejo del urbanismo heredado del mundo andalusí. Los muros altos y cerrados que rodean todo el recinto a modo de muralla hacen del Monasterio de Santa Catalina de Arequipa un vergel interior e íntimo. E incluso las casitas de cada una de las monjas y novicias están cerradas al exterior y se abren a pequeños patios interiores.
Estas casitas son de diversas proporciones. Verdaderos chalecitos, con cuatro o cinco piezas que cuentan con un pequeño patio interior y tejado a dos aguas con teja. Esto último podría no parecer importante. Pero si analizamos cómo es la ciudad de Arequipa, con su arquitectura de sillar y muros de cajón, veremos que las casonas contemporáneas y posteriores al Monasterio, cuentan con cerramientos conformados por enormes bóvedas, o con azoteas planas. Y, si bien, las primeras casas de la ciudad contaron con techos de teja de tradición andalusí, estos solo se conservaron en las casitas de este Monasterio.
Como vemos, es indudable la impronta del mundo andalusí en el trazo de este convento arequipeño, además de en su arquitectura. Una herencia islámica que se trasladó a miles de kilómetros de su lugar de origen gracias a la evocación de sus creadores y residentes, muchos de los cuales cruzaron el océano para llegar a estas nuevas tierras conservando, en su memoria, las calles y recodos de sus ciudades natales.