Los moriscos aragoneses
En la Edad Media, a medida que las tierras de Alandalús fueron conquistadas por los reinos cristianos de la Península, parte de la población musulmana que vivía en ellas se quedó en sus propios lugares. En su mayoría, eran gentes de la misma etnia que los cristianos, descendientes también de la población hispanorromana de siempre. Solo los diferenciaba la religión; muchas veces, ni siquiera las vestimentas. Adquirieron el apelativo de “moros”, palabra que hoy suena despectiva, connotación que entonces no parecía tener. Posteriormente, se les vino denominando “mudéjares” (del árabe mudayyan, a quien le es permitido quedarse), aunque Cervantes, en El Quijote, establece una distinción: “tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada, mudéjares”. El apelativo “tagarino” procede del carácter fronterizo del valle medio del Ebro, pues era la Marca Superior de Alandalús o Ath-Thagr al-‘Alà. Por tanto, eran las gentes del “Thagr” (zagríes en árabe andalusí y tagarinos en castellano).
En Castilla fueron obligados a convertirse al cristianismo mediante el bautismo bajo el reinado de los Reyes Católicos, en 1502, pasando a ser oficialmente cristianos. Se les denominó “moriscos” o “cristianos nuevos”, para diferenciarlos de los “cristianos viejos” de siempre, que se llamaron así no por cuestiones de edad sino por ascendencia generacional o “limpieza de sangre”. Sin embargo, Fernando el Católico no obligó a sus súbditos tagarinos (los musulmanes aragoneses) a pasar por el mismo trance.
Aquel fanatismo religioso que había comenzado en Castilla, favorecido por Isabel la Católica y el cardenal Cisneros, fue aplicándose también en Aragón cuando las dos coronas recayeron en una sola persona, Carlos I de España y V de Alemania, con la entronización de la Casa de los Austrias. Comenzaron a aplicarse políticas comunes a los distintos reinos de la Península, obviando sus diferencias sociales. Así pues, fue en 1526 cuando a los moros aragoneses se les obligó a correr la misma suerte que a sus correligionarios castellanos.
La mayoría de ellos -de igual forma que los castellanos- siguieron ejerciendo su religión islámica en la clandestinidad. Existen noticias de que, para evitarlo, se les obligaba a mantener los viernes las puertas de sus viviendas abiertas para que no pudieran rezar en la intimidad, pues el viernes es para los musulmanes como para los cristianos el domingo. Tuvieron que adoptar nombres cristianos y estaban sometidos a un control estricto en cuanto a la asistencia a los oficios religiosos cristianos. En aquellos lugares donde toda la población era morisca, solía imponerse que al menos dos de los habitantes fuesen “cristianos viejos”, y estos eran el cura y el barbero. El porqué del cura está claro y el del barbero merece la pena ser explicado: tanto en las religiones judía como en la musulmana, es costumbre practicar la circuncisión a los niños y esta solía hacerla el barbero. El hecho de que este personaje fuese cristiano viejo dificultaba la práctica de este rito que, si querían mantenerlo, tenían que hacerlo de forma más “casera”, con los riesgos que ello suponía.
Los moriscos aragoneses vivían en aljamas, representaban al menos el 20% de la población aragonesa y no eran gentes conflictivas, sino al contrario. Eran personas trabajadoras que cultivaban principalmente las fincas de los grandes señores, además de pequeños artesanos y otros oficios. Entre otras cosas, cultivaban el azafrán, fuente de gran riqueza que se perdió tras la expulsión. Se dice que, para un noble venido a menos, casar a su hija con un morisco era un buen negocio, pues se aseguraba que esa muchacha ya no iba a pasar hambre. En las aljamas moriscas, en una época en la que no existía ninguna asistencia social, al que caía en desgracia se le apoyaba y siempre se garantizaban las necesidades básicas. Sin embargo, en el mundo católico, trabajar estaba mal visto (al menos para las clases nobles) y preferían pasar hambre antes que sufrir el escarnio de ponerse a trabajar para subsistir. Es conocida la anécdota de algunos nobles que, antes de salir a la calle, se ponían migajas de pan en las barbas para hacer ver que habían comido. España era el país más poderoso del mundo, pero el índice de miseria en su población era muy elevado, por encima del de otros países más modestos. Todo aquel ambiente de denuncia e Inquisición propició un modelo de sociedad donde proliferó el chismorreo, la necesidad de esconderse, vivir pendientes de los demás…, algo ajeno al ambiente interno de las aljamas moriscas.
Seguramente, los que fueron obligados a bautizarse no llegaron a ser nunca cristianos convencidos, pero, en algunos casos, los hijos y los nietos ya fueron abandonando el islam y aceptando su nueva religión. Sin embargo, el fanatismo y la intolerancia religiosa iban en aumento en España. Bajo el reinado de Felipe II de Aragón (III de Castilla), se fue decretando la expulsión de los moriscos de todos los reinos de España, concretamente de la Corona de Aragón el 29 de mayo de 1610, a pesar de la oposición de la nobleza aragonesa. Muchas fincas quedaron abandonadas por falta de mano de obra y se perdió el cultivo del azafrán, lo que supuso una gran pérdida económica y la ruina de muchos de aquellos nobles y de algunos territorios.
Aquella deportación de enorme magnitud resultó una gran tragedia para las pobres gentes que tuvieron que abandonar sus hogares y marchar a un exilio incierto. Se desgajaron familias, separando en muchos casos a los niños pequeños de sus padres “porque aún podrían salvar sus almas si se quedaban en España”. También fueron víctimas de robos y asaltos en los caminos por donde transitaron. Muchos de ellos fueron embarcados en el puerto de los Alfaques y sus destinos finales fueron, mayormente, países musulmanes de la costa mediterránea (Túnez, Marruecos, Argelia…). De su país (España) fueron mal despedidos porque, para los que los echaban, eran enemigos musulmanes y, para los que los recibían, enemigos cristianos, ya que así era oficialmente. A veces fueron recibidos a cuchillo en aquellos lugares a donde llegaron.
Uno de los destinos principales de aquellos tagarinos fue Túnez. Llevaban unas técnicas de construcción, de riegos y de artesanía muy superiores a las que allí existían y consiguieron hacerse apreciar por las autoridades islámicas de aquellas tierras (entonces Imperio otomano). Fundaron copias de los pueblos que aquí habían dejado, con sus correspondientes mezquitas, como es el caso de Testur. Precisamente, la mezquita mayor de esta población fue construida por un andalusí emigrado cuyo nombre era Muhammad Balansiyya ath-Thagrí at-Tasturí. Cabe señalar que, en esta ciudad, dividida en varios barrios, el de los Tagarinos es uno de los más importantes, pues es donde se encuentra esta mezquita. Además, también en Argelia existe un barrio llamado “de los Tagarinos”.
La visita de aquellos lugares en la actualidad para cualquier conocedor de la arquitectura tradicional aragonesa representa una verdadera sorpresa por la gran similitud encontrada con la de aquí.
Mientras tanto, aquellas gentes nos dejaron una gran huella. Sus mezquitas fueron convertidas en iglesias o en pajares, pero permanecieron buena parte de sus costumbres, gastronomía, agricultura, regadíos, artesanía, topónimos, vocabulario, etc., aunque no seamos totalmente conscientes de ello.
Imagen superior: Conversión forzosa de los mudéjares. Retablo de la Capilla Real de Granada