Parte 2- Musulmanas, judías y cristianas en el medievo.
Segunda parte
El repudio y el divorcio andalusíes realizábanse ante el juez, que no aceptaba sin causas fundadas y presentación de pruebas lo que el varón pretendiera. En estas causas la mujer musulmana no estaba desprotegida; sus familiares y el juez (qadĩ) velaban por sus intereses. Un divorcio bien gestionado proporcionaba a la esposa su identidad como mujer libre, dejaba de ser posesión del varón y convertíase en dueña de sí misma; es decir, como las viudas, no volvía a depender de su padre.
La mujer cristiana no podía aspirar al divorcio, mientras las judías, sometidas a normas patriarcales, perdían cuantos pleitos emprendieran contra sus maridos por más pruebas y testigos que presentaran. Además, la mujer judía casada ni siquiera poseía los bienes privativos heredados de sus padres; todos pertenecían al marido. No obstante, las leyes judías castellanas les fueron más propicias que la legislación hebrea general.
Los mayores avances sociales a favor de las mujeres se dieron en al-Ándalus: las primeras pensiones de viudedad de Europa surgieron en el siglo IX, reinando Abd al-Rahmãn II, que legisló la concesión de azidaques y anafacas ―bienes dotales y alimentos que correspondían a las viudas―. No se dieron avances como estos en los reinos cristianos. Existía también en al-Ándalus un cargo público, al-sahĩb al-mazalĩm, “señor de las injusticias”, que protegía a hombres y mujeres víctimas de la Administración o de sentencias judiciales; especie de Defensor del Pueblo con capacidad jurisdiccional, dictaba sentencias que anulaban las anteriores.
En al-Ándalus el trabajo de musulmanas y cristianas (mozárabes) fuera del hogar no era excepcional. En el proceso textil, por ejemplo, la mujer participaba en todas las fases, desde la producción de la fibra, pasando por el hilado, tintura de paños, curación y blanqueo de lienzos, como tejedoras, bordadoras y empleadas en la Real Fábrica de Tejidos del Tyraz. Abundaban las artesanas, las pergamineras, copistas, miniaturistas y encuadernadoras en la industria librera. Está documentado que, de los aproximados 230 copistas que trabajaban en el arrabal de los Pergamineros de Córdoba, 170 eran mujeres musulmanas y cristianas. Por otra parte, existe aún una calle cordobesa de las Alfayatas (alfayate, “sastre”), que prueba que este oficio fue acaparado por mujeres. No tuvo parangón en los reinos cristianos el que ellas pudieran acaparar gremios como en estos casos de la España musulmana.
Eran además instructoras de sus hijos e hijas en los primeros rudimentos del oficio paterno, y con sus dotes y herencias familiares aportaban capital que se invertía en reformas del taller y en adquirir herramientas y máquinas. Destacaron en la producción de miel, cuidado de las colmenas, trabajos derivados de la cera, y como panaderas, horneras, cocineras, costureras, bordadoras, comadronas…
Pero también descolló la mujer andalusí en el trabajo intelectual y creativo. El cronista al-Maqqarĩ, al hablar de la superioridad literaria de al-Ándalus, afirma que las mujeres contribuyeron a ello, y el francés de Giácomo subraya “la parte importante que tuvo la mujer en todas las manifestaciones del espíritu y muy particularmente en las producciones poéticas”. Entre ellas no solo destacaron las nobles, sino también de otros niveles sociales, incluidas las esclavas. Sería imposible citarlas a todas porque son legión y se han escrito antologías poéticas dedicadas solo a las mujeres que destacaron, pero citaremos algunas:
De los siglos VIII-IX, Hassana al-Tamimiyya; Qamar; Mut`a, esclava de Ziryab regalada a Abderrahmán II; del siglo X, destaca Lubnã, alqatib (secretaria) del califa Al-Haqem II, pero más que amanuense o escribana, fue eminente poeta, experta en métrica, caligrafía, gramática, contabilidad…, mano derecha del califa en la creación y esplendor de la biblioteca de Córdoba, de 400.000 volúmenes; también Uns al-Qulũb, esclava de Almanzor; Aisa bint Ahmad al-Qurtubiyya; al-Gassaniyya de Pechina; Nazhũn…; del siglo XI, la princesa omeya Wallãda; Itimad al-Rumaiqqiya (esposa del rey al-Mutamid de Sevilla); Butayna bint al-Mutamid (su hija); Qasmũna; Hafsa al-Raqúniyya; la esclava al-Abbadiyya…
Veamos la influencia social y cultural que algunas mujeres musulmanas ejercieron en su comunidad (de mi novela “El Collar de Aljófar”):
“Los versos de “Wallãda, siempre en constante superación, circulaban de boca en boca por calles y zocos. Lo que en otras fuera criticado a ella se le celebraba: que osara asistir sola a las tertulias de sus colegas masculinos, que hiciera uso del lenguaje con la libertad propia de ellos, que se aventurase por plazas, jardines y mercados sin cubrirse con el velo y con el cabello suelto. No obstante, los puritanos, especialmente los alfaquíes, la reprobaban porque temían a toda mujer que aunara belleza, poder, saber y libertad”.
“La princesa renunció al matrimonio, pero no al amor. Procuró sanear su economía para preservar su independencia; sabía que solo una copiosa hacienda y la ausencia de hombres convertían a la mujer en dueña de su vida. Tras la muerte de su padre, el califa Muhammad al-Mustakfi, vendió sus derechos dinásticos y reunió un capital para poder vivir con la independencia que deseaba. A comienzos del otoño de 1026, Wallãda hacía realidad sus sueños: crear una escuela femenina para transmitir su formación literaria y musical, y abrir salón un día semanal para celebrar veladas literarias con poetas y escritores”.
“Tras las guerras civiles que arrasaron la capital y propiciaron la caída del Califato, el salón de Wallãda fue acogido por la intelectualidad cordobesa como una ilusión en medio de la cruda realidad, como la linterna marina que emerge en la lóbrega noche, como el oasis que anuncia el fin de la sed y la esterilidad”.
“Allí acudían ben Hazm, ben Šuhayd, ben Zaydũn, ben Hayyãn y otros afamados autores, además de políticos, médicos, filósofos, gramáticos, astrónomos… En el salón de Wallãda se platicó de Historia, Filosofía, Poesía, Política, Medicina, Teología, Música, Magia, Astronomía y de otras ciencias. Allí se crearon estilos literarios, surgieron modas que luego toda Córdoba y al-Ándalus siguieron. Allí se halló solaz entre grandes refinamientos, se tomaron graves resoluciones políticas, se conspiró y diéronse a conocer por primera vez teorías científicas”.
Durante la Alta Edad Media la mujer gozó de mayor consideración, pero desde principios del siglo XII, debido a las invasiones de sectas fanáticas africanas (almorávides, almohades, etc.), fue aumentando la discriminación hacia ellas, y prodigáronse legislaciones antifemeninas durante los siglos siguientes; por tanto, la Baja Edad Media supuso una regresión para ellas, mientras también prosperaban el odio hacia las otras dos comunidades y la fanatización religiosa.
Debido al grave retroceso social y cultural de la mujer andalusí, solo conocemos del siglo XIV a una mujer poeta, Umm al-Hassán de Málaga, a una sola médica y a una conocedora de las leyes: la esposa del qadí de Loja. Dice Cantera Burgos: “La brillante sarracena de al-Ándalus se convirtió en la Baja Edad Media en una esclava, una prostituta o una criada”. Las judías que antes aparecían en las lápidas en lugares públicos, ya estaban ausentes incluso en las lápidas colectivas de judíos muertos por peste, siendo incontables las muertas por la epidemia de 1348-50. Aunque tampoco en el esplendor de al-Ándalus destacaron las judías, ya que el Talmud es contrario a la erudición femenina: “El que enseña la Torá a su hija es como si le enseñara frivolidad” (Mishnà Sotá 3,4). “Dejad que se quemen las palabras de la Ley y no permitid que se enseñen a una mujer” (J. Sotá 19a).
Entre las cristianas, las monjas consiguieron una independencia y un acceso al conocimiento que las seglares nunca soñarían, precisamente por la ausencia de varón. Debe mencionarse el hecho de que en las sociedades cristianas medievales más feudales existía el “derecho de pernada”, por el que el señor feudal podía disponer de las mujeres de sus vasallos y de todas las afincadas en sus dominios. En la península rigió el feudalismo en aquellas regiones que no estuvieron bajo dominio musulmán (tierras norteñas, especialmente Cataluña por recibir además influencia europea), porque es un hecho histórico probado que, a mayor arabización, menor feudalización. Con el avance cristiano hacia el sur, las mujeres no ganaron en derechos precisamente porque, como hemos visto, no todo era harem en al-Ándalus y, encima, no tenía ninguna gracia librarse del harem para someterse al derecho de pernada. ¡Menudo avance!
En la Baja Edad Media, cuando se va invirtiendo la preponderancia andalusí por la cristiana, cuando la situación creada por las sectas islámicas castiga a las musulmanas, empiezan a dejarse oír judías y cristianas, y a conocerse algún nombre en literatura, como doña Beatriz Galindo, la Latina. Pero es que ya se anuncian los albores del Renacimiento. A finales del siglo XV, en Castilla y Aragón destacaron mudéjares y judías como médicas y sanadoras. “Muchas mujeres practicaban la medicina como sanadoras empíricas no oficiales o curanderas, y como médicas licenciadas, siendo estas últimas frecuentemente mujeres musulmanas que practicaban en la comunidad cristiana dominante” (García Ballester, M.McVaugh y Rubio Vela).
Juan Bautista Gutiérrez Aroca asegura en “Mujeres médicas en la Historia” que hubo hebreas que “ejercieron la medicina de forma autónoma con cierto prestigio, con un reconocimiento social que, a veces, extendían su fama a un ámbito comarcal y podían incluso ser llamadas por los monarcas para atender a ellos o a sus familias”. Tenemos más noticias de médicas de Aragón que de Castilla gracias a las investigaciones de Cardoner Planas y de Amada López de Meneses, quienes aseguran que florecieron las médicas durante el reinado de Pedro IV de Aragón (1368-1381) y de su hijo Juan I, y citan como especialistas judías: Na Gog (Na significa “doña”) ejerció en Baleares, Francisca (en Berga), Na Cetit (en Valencia), Na Floreta Canogait (Cataluña), Na Bonanada (Valencia), Na Bellaire (Lérida), Na Bonafilla (Barcelona) y la monja Teresa de Cartagena, que escribió: “Arboleda de los enfermos”.
“El silencio de las mujeres, que siempre había sido procurado por las fuentes, todas de origen masculino, se agravó desde el siglo XV, ya que a partir de entonces el silenciamiento de la autoría femenina se ejecutó de manera consciente y sistemática, como estrategia de desautorización hacia las mujeres por parte de los varones” (J.B. Gutiérrez Aroca). Por entonces, estas mujeres alimentaron las hogueras de la Inquisición, pues muchas de las ejecutadas por brujería eran sanadoras. Ateniéndonos a las experiencias, trabajo y relaciones de aquellas mujeres, pueden vislumbrarse entre líneas de los documentos históricos su presencia y su subversión.
Pero con el Renacimiento, se romperán al fin las mordazas.
– La mujer en al-Andalus: reflejos históricos de su actividad y categorías sociales, Mª Jesús Viguera Molins.
– Las mujeres medievales y su ámbito jurídico, Cristina Segura.
– La mujer judía en la España medieval, Enrique Cantera Montenegro.
– Cinco catalanas licenciadas en Medicina por Pedro el Ceremonioso, 1374-1382, Amada López de Meneses.
– Mujeres médicas en la Historia: Médicas judías en la Edad Media, Juan Bautista Gutiérrez Aroca.
–“Velos y Desvelos. Cristianas, musulmanas y judías en la España medieval”, Mª Jesús Fuente.
Foto Portada: “Mujer en el Scriptorium”-Huntington Library
Autor/es:
Ha participado en numerosas exposiciones individuales y colectivas celebradas en museos y en colecciones públicas y privadas de España, Alemania, Portugal, EE.UU y Reino Unido. Como escritora e investigadora científica, Carmen Panadero ha ganado premios como el XV Premio de novela corta "Princesa Galiana" del Ayuntamiento de Toledo por su novela “La Horca y el Péndulo”, y ha sido distinguida con la Medalla de Oro 2018 del Círculo Intercultural Hispanoárabe (CIHAR) a la Investigación Histórica.