El patio en la casa cubana
Galería de los Oficios Nelson Domínguez. La Habana Vieja
Los bohíos y caneyes, fabricados con maderas y fibras vegetales, eran las viviendas autóctonas de los habitantes de la isla, en las que en un principio los españoles tuvieron que establecerse, quedando expuestos a las inclemencias climáticas y a los ataques sorpresivos de los nativos. Esto hizo que muy tempranamente, a comienzos del siglo XVI, las tradiciones constructivas de ascendencia mudéjar empezaran a introducirse en Cuba mediante la utilización del barro, la madera y la cal, debiendo adaptarse a la falta de maestros constructores y a materias primas en algunos casos diferentes.
En el siglo XVII, los colonos comienzan a construir casas con esquemas muy parecidos a los andaluces: muros gruesos, puntales bajos y escasas ventanas, que al unirse con su carácter defensivo, imponen la aparición de patios interiores y galerías, elemento central de la morada donde se vuelca la vida familiar, convirtiéndose a su vez en los proveedores de luz y ventilación de la vivienda, características que van a distinguir a la casa cubana colonial. El patio a cielo descubierto se podía apreciar desde el zaguán, y contaba con galerías arcadas a su alrededor, un pozo con brocal, aljibe, plantas, asientos y piezas decorativas. Ejemplo de ello son los Museos de Arte de la Catedral y la de Casa de Martín Calvo de la Puerta, conocida como Casa de la Obra Pía, en las que se disfruta de bellos patios que hoy siguen siendo un verdadero oasis dentro de la bulliciosa Habana Vieja.
También en las otras villas fundacionales se ubicaron bellos patios en las grandes mansiones coloniales, como sucedió en Camagüey, en origen llamada Puerto Príncipe. El Centro Histórico de Camagüey es único en América Latina por su laberíntico trazado urbano de tipo medieval, con calles estrechas, callejones, plazas y plazuelas, muy parecidas a las andaluzas y extremeñas. Notables son las técnicas constructivas mudéjares con las que los primeros maestros albañiles construyeron edificios religiosos y casas de ladrillo en torno a frescos patios centrales, fachadas con guardapolvo, aleros corridos, decorativas pilastras truncadas y tejados de barro. Para abastecerse de agua, a veces escasa en la ciudad, los grandes tinajones, que servían para contener aceite y otros líquidos, fueron utilizados para recoger, a modo de aljibes, la lluvia de los tejados que daban a los patios. Ingeniosa solución, por cierto, que ya se había practicado en la Península en la época andalusí.
La ocupación de la capital de Cuba por los ingleses en el siglo XVIII, en el año 1762, y su permanencia durante casi un año, trae cambios significativos en la isla, repercutiendo directamente en la vivienda, principalmente en la habanera, apareciendo grandes mansiones de las familias adineradas. Los muros de piedra ganan en altura, aumenta el uso de las ventanas y puertas, que toman grandes dimensiones, y nacen los primeros vitrales. El zaguán se mantiene a la manera mudéjar y el patio crece convirtiéndose en el centro de la vivienda, facilitando la creación de microclimas con la ubicación de fuentes y aljibes que evitan a sus moradores el uso de fuentes públicas. Aquí se forman jardines llenos de plantas tropicales, que junto a los elementos incorporados del barroco español como rejas, barandas, murales y frescos, arcos y columnas, logran un fantástico efecto visual, sonoro y aromático.
Durante el siglo XIX, la casa cubana criolla mantiene el patio interior. En las mansiones intramuros de La Habana, la estructura básica de la planta de la casa no difiere de la del siglo XVIII, pero la utilización de nuevos materiales y el refinamiento de todos los detalles, hizo que estas viviendas de la alta burguesía se convirtieran en verdaderos palacios en los que el patio, que gana notablemente en dimensiones, se rodea perimetralmente de galerías. Un ejemplo de esta época es la Casa de los condes de San Ignacio y Casa More, actual Hotel Florida. En este periodo, los patios empiezan también a aparecer en las viviendas de la clase media, y menos pudientes, refrescando al ambiente en los días calurosos, y se adjudican bellos jardines que hacen de su presencia un lugar exquisito para sus moradores.
El movimiento constructivo toma grandes dimensiones en Extramuros, cambiando la fisionomía de la ciudad y apareciendo nuevas expresiones de la arquitectura doméstica. Se comienzan a usar los portales, florecen las columnas y arcadas, y hay un uso indiscriminado de los recursos formales neoclásicos, dándole una apariencia más palaciega a las viviendas. Los patios se pueden seguir apreciando como centro neurálgico de éstas, ganando en dimensiones e introduciendo gran variedad de vegetación, fauna y elementos artísticos – decorativos. La construcción en este período de las Casas Quintas trae consigo la desaparición de los patios interiores de la estructura central de la casa criolla, no siendo necesarios al rodearse ésta de jardines y galerías exteriores.
En la primera mitad del siglo XX, la alta burguesía abandona el estilo colonial asimilando los códigos eclécticos y vanguardistas imperantes en los Estados Unidos y Europa. Así, el refrescante y sensual patio interior, núcleo central de la vida familiar y social cubana durante largos siglos, cede su lugar a las imponentes escaleras de mármol que se adueñan del vestíbulo.
Invito aquí a profundizar en este tema consultando las obras de dos grandes investigadores, los historiadores y arquitectos Alicia García Santana y Daniel Taboada, miembros de “Continuadores. Arte Vivo Andalusí”, así como las de los maestros e iniciadores del tema Joaquín Weiss, Francisco Prat Puig, y otros posteriores como Roberto Segre, Eliana Cárdenas, Lohaia Aruca, Llilian LLanes, que han dejado patente esta apropiación de los rasgos de la cultura andalusí como constancia de un fenómeno de gran valor, fundamental en la identidad cultural de Cuba.
Fotos: E. Eguía
Foto “Tinajones de Camagüey”: Raúl Abreu