De las torres con escalera intramural a la tipología conocida como “estructura de alminar almohade”
En el artículo publicado el pasado 12 de febrero, Jaime Carbonel nos contaba cómo descubrió que la estructura de la torre de Santa María de Tauste no correspondía a esa descripción tan manida de “una torre dentro de otra por entre las cuales circula la correa de la escalera”, sino que se trataba realmente de una torre formada por un muro único de gran espesor dentro del cual se había ido dejando ese hueco helicoidal, como si de un túnel escalonado se tratara, que sirve de escalera.
Esa observación resultó de gran trascendencia para investigaciones posteriores puesto que lo que realmente describía era un sistema de construcción más arcaico de lo que hasta entonces se había supuesto para este tipo de torres. Ello nos permitió establecer una serie de criterios para encontrar relaciones de precedencia entre unas torres y otras y, por tanto, un orden cronológico de las mismas.
En efecto, habíamos descubierto que una parte del patrimonio catalogado como “arquitectura mudéjar aragonesa” no lo era tal puesto que no había sido erigido bajo dominio cristiano sino anteriormente, es decir, durante la Taifa de Zaragoza. Se trata de torres que, analizadas desde el punto de vista de la arquitectura, encajan de manera extraña con la iglesia a la que sirven de campanario debido a que, realmente, son los alminares que acompañaban a aquellas mezquitas que fueron sustituidas por estas iglesias. Curiosamente, este fenómeno siempre coincide con la circunstancia de que no hay documentación fehaciente de su fecha de construcción.
Todas estas torres son fácilmente fechables dentro del periodo comprendido entre 1018 y 1118, que son los años de la creación del reino de Saraqusta y de la conquista de su capital por Alfonso I de Aragón, respectivamente, pero nos faltaban criterios para ordenarlas cronológicamente.
Por lógica constructiva, cabe situar las torres más macizas como las más antiguas. A medida que se va copiando el modelo, la construcción se va aligerando. Para subir una misma altura, se dan más vueltas alrededor del eje de la torre (generalmente, en sentido antihorario) y se amplía la altura libre en cada punto del hueco de la escalera, de forma que el techo en cualquier punto y el suelo de encima se van aproximando hasta convertirse en esa correa de escalera que siempre se pensó que había. Es entonces cuando llegamos al modelo de “torre y contratorre”, igual de espectacular pero mucho más sencillo de construir, a la vez que se produce un ahorro importante de material. Después de la conquista del territorio por los cristianos y de su incorporación al reino de Aragón, mucha gente de la que vive aquí emigra hacia el Sur y lo hace con todo su bagaje de conocimientos, entre ellos muchos alarifes. Lo que queda de al Andalus se limita prácticamente al territorio de la actual Andalucía y está dominado por los almohades, un pueblo guerrero y fanático que adopta la cultura de los lugares que invade. Seguramente, la Giralda de Sevilla -paradigma del alminar almohade- debe mucho a estas torres aragonesas.
Volviendo a la clasificación en el tiempo de las torres zagríes, encontramos como una de las más antiguas la de Santa María de Ateca, una construcción muy arcaica en la que el hueco por el que transcurre la escalera representa apenas un pequeño porcentaje del volumen macizo. De la primera época de la Taifa (dinastía Banû Tujîb) es también la Torre de San Pablo de Zaragoza, de planta octogonal, en la que la altura media del hueco interior de la escalera es de unos 3 metros de altura, mientras que la altura de obra maciza hasta la vuelta siguiente es del orden de 5 metros. La de Santa María de Tauste resulta ser la evolución inmediata de la de San Pablo (también octogonal, de dimensiones casi análogas y con detalles constructivos más perfeccionados). Las seguiría la torre de San Pedro de Alagón, completando este trío singular de torres octogonales de ladrillo y yeso.
De esta forma, llegamos a encontrar el posible origen de este patrimonio tan exótico. Durante las obras de restauración del Castillo Mayor de Calatayud, encontramos que los torreones que lo flanquean poseen en su estancia superior sendas escaleras intramurales que comunican con la terraza superior. De trata de unos torreones octogonales de tapial de yeso y estas escaleras apenas ocupan dos caras -de las ocho que tienen- porque en ese desarrollo ya salvan la altura necesaria. Los otros seis lados son totalmente macizos.
Este criterio, basado en el grado de macicez de los muros que conforman la torre, nos lleva a conclusiones que también son corroboradas por otras características, pues las torres catalogables como más antiguas por este sistema suelen tener también tienen un aspecto exterior más austero, mientras que, a medida que nos acercamos al modelo de “torre y contratorre”, vemos que la decoración exterior también se hace más recargada, como ocurre en otras arquitecturas. Así, llegaríamos al caso de la Torre de la Magdalena, de Zaragoza, fechable ya en los últimos años de la dinastía Hudí, como ejemplo claro de la evolución aquí descrita.
Zaragoza/Tauste, marzo de 2021.