Mudéjares de Aragón.
Los reinos cristianos hispanos hasta el siglo XIII respetaron lo pactado en las capitulaciones; gracias a ellas los musulmanes podían permanecer bajo dominio cristiano en territorios conquistados. “Mudéjar” procede del término árabe mudaŷŷan, “los que se quedaron”, domeñados, sometidos.
El fenómeno mudéjar en Aragón comienza cuando Alfonso I el Batallador conquistó Zaragoza en 1118. La pérdida de Saraqũsta supuso un duro golpe para el Islam español, tan sentida como antes fuera la de Toledo. Por entonces, tres cuartas partes de sus habitantes eran muslimes; el resto, judíos y mozárabes. Pero tras la conquista unos 50.000 emigraron a al-Ándalus.
Alfonso I permitió a los musulmanes de Zaragoza residir intramuros un año, para luego instalarse extramuros, en el arrabal de los Pelliceros. En la capitulación pactada en 1118, concedíase que mantuvieran sus propiedades, religión, lengua y gobierno, abonando solo los impuestos que antes pagaban al gobierno musulmán, y pudieron conservar tres mezquitas para el culto: La Mayor, la de Pertollas y la mezquita Vieja. Hasta el siglo XIII, los mudéjares aragoneses podían llevar armas y eran excluidos de alistamientos contra muslimes.
La población mudéjar fue muy elevada en áreas rurales y bastante menor en urbanas, excepto en Tarazona y Borja. La victoria de Cutanda sobre los almorávides (1120) abrió camino a Aragón tras tomar Calatayud y Daroca. Entretanto, los condes Ramón Berenguer III y IV desplazaban las fronteras hasta el río Ebro y conquistaban tierras de Lérida y Tortosa, donde radicarían principalmente los mudéjares catalanes, aunque no pasaron del 1,5% del total de la población.
Hubo lugares poblados exclusivamente por mudéjares, como Gotor (cuenca del Jalón), carente de afincamientos cristianos. Los monarcas protegían a sus vasallos muslimes; sabían que la industria, artesanía y agricultura desaparecerían si abandonaban sus poblaciones. Incluso preservaron por concesión real sus tradiciones y ferias, como en Calatayud. En las cuencas de los ríos Jalón, Jiloca y somontanos del Moncayo, vivían numerosos mudéjares; allí les resultaba fácil integrarse porque todos sus moradores lo eran, y no solo los aparceros por cuenta ajena o exáricos, también los propietarios de tierras y ganados.
Mientras en Castilla gozaban de más libertades los campesinos de señoríos y Órdenes Militares que los de realengo, en Aragón los de realengo disfrutaban de condiciones más benignas, porque en los señoríos de sistema feudal —especialmente catalanes—, existían durísimas condiciones de explotación.
Hasta el siglo XIV los mudéjares aragoneses vivían protegidos con solo satisfacer el impuesto especial: la pecha en tierras de realengo y la Capitación en dominios de la Iglesia, Órdenes Militares y nobleza. Aragón fue acogedora con sus mudéjares. Residían en morerías y debían llevar algún distintivo, que no se cumplía, aunque sí respetaban los preceptos religiosos y tabúes de alimentación. También renunciaron a la poligamia para mejor integrarse, así como los cristianos acudían a un médico mudéjar —estando prohibido— cuando existía verdadero riesgo para la vida.
Si en áreas rurales la agricultura era tarea mudéjar, en ciudad nadie los aventajaba en oficios artesanos y comerciales; su técnica era superior a la de otros colectivos. Descollaban como alarifes (arquitectos, maestros de obras), albañiles, ceramistas, alfareros, pintores, carpinteros, fabricantes de máquinas de asalto, expertos en artesonados, herreros, caldereros, lampistas, cuchilleros, armeros, cerrajeros, doradores, relojeros, esparteros, tintoreros, cardadores de lana, zapateros, curtidores, fabricantes de prendas de piel y pellizas, transportistas por tierra (arrieros) y por río (arraíces)… Los cristianos ignoraban estos oficios y, en los que sí ejercían, hallábanse lejos de la perfección técnica musulmana. Médicos, sanadores, cirujanos y parteras mudéjares jamás pisaban la judería, y rara vez viviendas cristianas.
Judíos y musulmanes aragoneses apenas se relacionaban; las normas obligaban a compartir baños, hornos y tahurerías, pero en distintos turnos. La comunidad musulmana aragonesa —como la castellana— tenía menos poder y peso económico que la judía, pero mayor proyección social. Su influjo popular era enorme, tanto en lengua y costumbres como en arquitectura, artesanía, artes decorativas, música, colaboración militar y aportación de combatientes en reclutamientos. La coexistencia de tres culturas también proporcionó aquí escuelas de traducción: Barcelona, Tarazona, Montpellier y algunos monasterios. Jaime I creó una en Lérida, especializada en Derecho.
Aragón, procurando expansión para su comercio, codició las islas andalusíes y, reinando Jaime I, conquistaron la capital de Mallorca tras largo asedio y sin capitulación (1229). Intentó pactar el rey, pero sus nobles hicieron fracasar toda posibilidad; la entrada en la capital resultó un baño indiscriminado de sangre. Los isleños rurales que no se sometieron también fueron esclavizados; excepto los acaudillados por Šuhayb de Xibert, que, alzados en las montañas durante un año, fueron doblegados por hambre y pacificados por pactos. Estos combatientes y sus familias (unos 5.000) lograron libertad y tierras para subsistir, quedando como mudéjares o moros alforros bajo el impuesto de capitación; otros, en libertad condicionada (moros casatos).
La isla se empobreció notablemente. Lo poco que quedó de artesanía e industria seguía en manos mudéjares, especialmente obradores de tejidos y pieles. Y los cristianos llamaban a eso “riqueza”, siendo menos de un cuarto de lo existente bajo gobierno andalusí. Cuando Aragón conquistó Menorca por capitulación (1231), sus moradores volviéronse mudéjares tributarios. La corona de Aragón siguió expandiéndose al conquistar otro reino andalusí: Valencia. Ocupadas Morella, Burriana, Peñíscola y sus comarcas, Valencia capituló en 1238; Jaime I, queriendo evitar otra masacre, negoció en secreto personalmente con el rey Zayyãn ibn Mardanis. Por ello permanecieron allí muchísimos mudéjares; inicialmente, unos 200.000.
Las condiciones de vida de los mudéjares valencianos, al principio se ajustaron a lo pactado, pero luego aparecieron frecuentes focos de rebeldía; a los levantinos, el nombre de “mudéjares” —domeñados— no les cuadraba y demostraban constantemente que no se dejarían domeñar. Asaltaban sus castillos perdidos y a veces lograban recuperarlos. Aquellos muslimes de Šãtiba, Alzira, Denia… solo aguardaban a que el rey se moviera de Valencia para alzarse. En 1247-1248 don Jaime firmó su expulsión; el reino fue repoblado por catalanes (70%) y aragoneses (30%), mientras los desterrados partían hacia Granada. Decretose otro edicto de expulsión en 1276, pero, aun así, Valencia mantuvo una población mudéjar superior a la aragonesa.
La integración mudéjar fue degenerando poco a poco, pero desde el siglo XIV avanzó velozmente. En 1495 los mudéjares de Aragón constituían el 11% de la población, repartidos entre 140 localidades; “5.674 fuegos sobre 51.000 del total…” (Ladero Quesada). Pese a ello, los intercambios fueron más abundantes, diversos y complejos que lo que reflejaban los libros de leyes. En Cataluña fue peor; allí la comunidad mudéjar era escasa, la feudalización, mayor, y el maltrato a los siervos, moneda corriente. Por entonces ya la Historia había demostrado que, a menor arabización, mayor feudalización.
La convivencia íbase deteriorando. Aunque alardearan los cristianos de no imponer bautismos, su trato lo procuraba, y la situación se tornaba alienante cuando a los conversos tampoco se los trataba de mejor manera. Por entonces, hasta el cristiano de más vil oficio se volvía muy mirado antes de intimar con un moro. Paulatinamente surgieron diferencias entre lo ordenado por ley y lo que imponía la realidad; la aplicación de las capitulaciones fue degenerando. Entonces les impusieron estigmas para los que antes hubo manga ancha: en los vestidos, en las viviendas, en los oficios… Día tras día, los cristianos los reducían a la endogamia, dándose primero situaciones de marginación, luego, de opresión, hasta llegar al pleno rechazo.
Las gentes eran inducidas por los clérigos, verdaderos instigadores; y aún fueron más radicales con los judíos. El Concilio de Vienne (1311) obligaba a los reinos cristianos a impedir que los musulmanes invocaran a Allãh y a Mahoma en público. Jaime II de Aragón no ratificó esa ley hasta 1318, presionado por el Papa; convocó a los representantes de las aljamas mudéjares “para explicar que el rey tenía que cumplir las disposiciones papales, pero que se limitarían a la llamada a la oración” (Hinojosa Montalvo). Efectivamente, algunos reyes resistieron a la presión eclesiástica.
La permanencia de los mudéjares en Aragón duró quinientos años (1118-1614).
La literatura mudéjar más representativa es la aljamiada, simbiosis de credos y culturas, punto álgido del mestizaje. Del corpus literario aljamiado aragonés existen 230 códices y 70 legajos en castellano con abundantes aragonesismos, con caracteres del alifato y fonética de sonidos castellanos. El 30% de ellos cubría las necesidades de mudéjares de los ríos Jalón, Aranda, Huerva y Queiles, donde eran editados, además de en Aytona (Lérida). Asimismo, existen documentos en árabe con grafía latina. Estos textos suelen tratar temas islámicos, aunque también jurídicos y médicos. Pero, como en Valencia mantenían contactos con Granada y al-Magreb, allí pervivió el árabe más tiempo. Merece mención la literatura de Menorca, cerrado ámbito mudéjar; su corte acogió a literatos andalusíes exiliados.
Quien hoy visite las espléndidas manifestaciones de Arte mudéjar que salpican la geografía española, admire sus maravillosas artesanías y conozca cómo vivían sus autores, sus limitaciones y discriminaciones, deberá reconocer que, pese a todo, respondieron dando lo mejor de sí mismos.
Su arquitectura ―caracterizada por arcos lobulados, mocárabes, lacerías, epigrafías, artesonados, ladrillo monocromo― dejó extraordinarias muestras en Aragón: Torres mudéjares de San Salvador y San Martín (Teruel), San Pablo (Zaragoza)… La mayoría son edificaciones religiosas: Santiago de Montalbán (Teruel), la Seo del Salvador (Zaragoza), Santa María (Calatayud), etc. Destacan celosías y estucos del Palacio de La Aljafería (Zaragoza), cerámicas vidriadas, artesonados en madera, donde unieron gótico y árabe en un todo integrador, verdadera identidad del mudéjar, como en Santa María de Mediavilla, Teruel. En tierras valencianas también dejaron valiosos testimonios: Claustro gótico-mudéjar de San Jerónimo (Cotalba), torre de Alcudia (Jérica), artesonado del Palacio Ducal (Segorbe), baños del Almirante (Valencia), iglesia de la Sangre (Lliria)… Respecto a Baleares, apenas existen manifestaciones mudéjares; podemos citar los artesonados del Museo Sa Bassa Blanca (siglo XV) y de Sant Pere y Sant Bernat.
Apena ver que trabajos de tal mérito sean anónimos, pero dejan constancia de la identidad de todo un pueblo. Lamentablemente, la imposición del bautismo en Granada y el levantamiento morisco desencadenaron el final del fenómeno mudéjar.
– Al-Andalus frente a la conquista cristiana: Musulmanes de Valencia, Pierre Guichard.
– Aragón musulmán. La presencia del Islam en el valle del Ebro, Mª Jesús Viguera Molins.
– Cristianos, musulmanes y judíos en la España medieval. De la aceptación al rechazo, Julio Valdeón Baruque y VV.AA.
– El Arte mudéjar en Aragón, Leopoldo Torres Balbás.
– Mudejarismo: las tres culturas en la creación de la identidad española, Juan Goytisolo y Francisco Márquez Villanueva.
– Praxis islámica de los musulmanes aragoneses a partir del corpus aljamiado-morisco…, Bárbara Ruíz Bejarano.
– El hijo converso de Jaime I, Carmen Panadero Delgado.
Foto superior de portada: Torre mudéjar de la Iglesia de El Salvador. Teruel.
Autor/es:
Ha participado en numerosas exposiciones individuales y colectivas celebradas en museos y en colecciones públicas y privadas de España, Alemania, Portugal, EE.UU y Reino Unido. Como escritora e investigadora científica, Carmen Panadero ha ganado premios como el XV Premio de novela corta "Princesa Galiana" del Ayuntamiento de Toledo por su novela “La Horca y el Péndulo”, y ha sido distinguida con la Medalla de Oro 2018 del Círculo Intercultural Hispanoárabe (CIHAR) a la Investigación Histórica.