Savia española en la población de Fez (3ª parte)
La Medina de Fez desde la Puerta Azul
El emir Idris II invitó a los andalusíes desterrados en 818 d.C. a asentarse en su nueva ciudad, según avanzamos en la anterior entrega de este artículo.
Fez se encuentra en una vega fértil, cruzada por un río bordeado de tejos, tamariscos, cipreses y acacias. Levi-Provençal escribe que el río se ramificaba en su interior en múltiples acequias, que iban circundando casas, jardines, mercados, mezquitas, baños públicos y, tras mover las ruedas de los molinos, salía de la población para desaguar en el río Sebu, del que es afluente.
Pronto supieron que la ciudad que recién despuntaba no podría acogerlos a todos. Los cordobeses que allí se quedaran darían muchas gracias a Alá, pues su nueva ciudad hasta tenía un río, como Córdoba. Y no era un río cualquiera, según Levi-Provençal, pues asegura en su obra “La Fondation de Fèz” que sus aguas son de las más dulces y delgadas de la tierra, que pueden diluir los cálculos y eliminar la fetidez del sudor corporal a quien se lava con ella y la bebe. “Tal agua —dice— suaviza la piel, erradica los piojos y facilita la digestión”; hasta un médico famoso la recetaba en ayunas como afrodisíaco. Ese río, asimismo, gesta perlas de excelente calidad, por eso lo llaman Wadi al-Ŷawãhir, “Río de las Perlas”, y proporciona cangrejos, múrices, carpas y barbos.
La población ofrecía, además, medios para el recreo de sus moradores, porque a cuatro millas estaban las termas de Jaulãn. Los beréberes aseguraron a aquellos andalusíes que las gentes que ya la habitaban eran acogedoras y que, desde su fundación, no cesaban de conceder asilo a quienes lo necesitaran, de modo que quien entraba en la población la adoptaba por su patria y mejoraba de situación. [La Fondation de Fèz, de Levi-Provençal; Reinhart Dozy; Los Andaluces Fundadores del Emirato de Creta, de Carmen Panadero, La Estirpe del Arrabal, C. Panadero, etc.].
Pero eran unas 22.000 las familias cordobesas desterradas, y el arrabal de Fez que se les destinaba solo podía albergar a siete u ocho mil familias —alrededor de 40.000 personas según la media de seis miembros por familia en el siglo IX andalusí—. Al serles comunicada esta limitación, los desterrados se sumirían en la inquietud y el desencanto. Los sinventura del arrabal que no lograron acomodo en esta ciudad experimentaron de nuevo el desgarro de la separación, la incertidumbre del vagar sin rumbo; sabemos por mis artículos anteriores que, tras unirse en diferentes puntos de al-Magreb con otros grupos embarcados en Pechina, prosiguieron camino hacia Alejandría y, luego, hacia Creta, sin perder nunca su identidad de origen.
El gran número de aquellos exiliados condicionó el trazado de la ciudad de Fez: se llevó hasta el extremo el dédalo de callejas tortuosas y angostas, y eso nos puede dar idea de la cantidad de hogares que allí se crearon. Escribe Mustafa Akalay Nasser en su artículo Fez la andalusí: Génesis de una ciudad musulmana: “…en cuanto penetramos por alguna de sus puertas, nos sumerge en los callejones bordeados por viviendas cuyos tejados se tocan en pasadizos cubiertos, que hacen pensar al viajero que la medina de Fez se convierte a trechos en un inmenso hormiguero subterráneo”. Mientras que Titus Burckhardt dice: “Las viviendas se apiñan en grupos compactos, encabalgadas e imbricadas unas en otras…”
Cuando los cordobeses llegaron, Fez no era más que un gran pueblo con modestas casas de ladrillo crudo, techadas de ramas. Presto se transformó. Con el asentamiento de los andaluces, el sector que les fuera adjudicado creció con esplendor y pasó a denominarse Madĩnat al-Andalusiyyĩn, —“Ciudad de los Andalusíes”—, nombre que aún conserva en la actualidad. El cronista al-Bakri afirma que la ciudad se llenó de jardines tras su llegada y que los andalusíes eran trabajadores y artesanos muy hábiles.
Aquellos miles de familias del arrabal de Córdoba, que poblaron buena parte de la naciente ciudad de Fez, implantaron allí no solo su experiencia de vida ciudadana, también (dice Levi-Provençal) sus técnicas ancestrales de edificación, jardinería y artesanía, de música, poesía y artes culinarias, marcando para siempre con su impronta la fisonomía y la vida de la acogedora ciudad.
Y asegura Mustafa Akalay Nasser que, hoy día, “caminar por Fez es ir descubriendo capas, pliegues, esquinas remotas de la historia. …Una sociedad en la que también han alcanzado a integrarse, sin perder sus referencias andalusíes, las tradiciones culturales de árabes y bereberes”.
Foto: Carmen Panadero