Un oasis en medio de la ciudad: el Palmeral de Elche
El huerto-jardín andalusí alcanza en el impresionante Palmeral de Elche otra dimensión: la del oasis urbano. Situado en el casco de esta pequeña ciudad alicantina, muy cerca del mar Mediterráneo, es el mejor ejemplo de producción agrícola árabe en tierras áridas. La especie predominante es la palmera datilera (Phoenix dactylifera), que ya se encontraba en la Península Ibérica desde el siglo V antes de Cristo. Fundada por los romanos, Elche pasó a formar parte de Al-Andalus en los primeros tiempos de la llegada de los árabes, época en la que empezaron a crear un magnífico palmeral que en la actualidad aún conserva entre 200.000 y 300.000 ejemplares y ocupa 500 hectáreas, siendo el más grande de Europa y uno de los mayores del mundo.
Fue Abderahman I -uno de los personaje más extraordinarios de la historia, creador de la dinastía Omeya- quien ordenó disponer una enorme red de acequias para aprovechar la escasa agua que tiene esta región, posibilitando la plantación de millares de palmeras datileras y convirtiendo en un oasis la casi desértica tierra alicantina, pues las palmeras soportan bien las aguas salobres, y su plantación ordenada permitió el cultivo de especies asociadas de igual tolerancia, como el granado o la alfalfa. El microclima húmedo que se originó permitió el pasto del ganado, suministrando así abundantes dátiles, fruta y hortalizas para el consumo humano, así como materia prima para la artesanía. Un geógrafo musulmán del medioevo que visitó Elche, Ibn Said, dejó escrito que la ciudad de Elche recordaba a “la ciudad del profeta”, es decir, Madinat al-Nabi, la actual ciudad de Medina en Arabia Saudí, fundada por Mahoma a la orilla de un oasis de palmeras cuando fue expulsado de la Meca (la Héjira), punto de arranque de la era musulmana.
El Palmeral, compendio de la revolución agrícola árabe, representa una de las más valiosas aportaciones del Islam a la historia de la Humanidad, encerrando valiosas lecciones acerca de sostenibilidad en el desarrollo agrario. Por estos merecidísimos logros, el Palmeral de Elche fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO el 30 de noviembre de 2000. Otra gran urbe del Islam occidental prosperó gracias a la generación de otro oasis hecho por el hombre: Marraquech, fundada en 1062, dos ciudades hermanas que compartieron siglos de historia bajo las dinastías almorávide y alhomade. En enero de 2020, la UNESCO ha inscrito «el conocimiento, el saber hacer, las tradiciones y las prácticas asociadas con la palmera datilera» en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial.
La palmera datilera tiene una vida media de 250-300 años. Hasta hace pocos años, de la palmera datilera se aprovechaba todo: los dátiles; las hojas de palma verdes, con las que se producían las escobas; los troncos, utilizados en la construcción de las viviendas tradicionales, incluso en la fabricación de rústicos muebles; las hojas y maderas secas, como combustible; y por último, lo que constituye una de las más exquisitas manifestaciones de la artesanía: la elaboración de las palmas blancas, algunas caprichosamente trenzadas.
En 1991, se estableció en Elche un centro de investigación para la obtención de palmeras resistentes y económicamente rentables. Los técnicos de la concejalía de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Elche, entre los que se encuentran expertos internacionalmente reconocidos en materia de palmeras, su replantación y cuidados, nos prestaron su valiosa ayuda en nuestra investigación sobre la forma correcta de cortar y preservar el palmito en las regiones del Norte de Marruecos.
La artesanía en Palma Blanca conlleva un laborioso trabajo que dura casi un año. Se trata de un proceso totalmente artesanal, llevando a cabo cada paso de forma manual con un gran cuidado y esmero, mediante técnicas que han pasado de padres a hijos durante siglos.
Para poder disponer de las fibras más blancas y flexibles, se lleva a cabo un proceso único en el mundo. Los expertos “palmereros” suben varias veces durante el año a lo alto de las palmeras para seleccionar, recoger y envolver en plástico negro los cogollos, frenando así el proceso de fotosíntesis de la palma, lo que logrará que no cojan el color verde.
Entre 8 y 10 meses después, las blancas palmas recogidas se cepillan una a una con cuidado y se introducen en piscinas especiales en las que se lavan, introduciéndose a continuación en cámaras de azufre. Ahora es posible crear con ellas tantos modelos como se pueda imaginar, pasando de la tradicional y elegante sencillez de la Palma Lisa, a espectaculares obras de arte que pueden medir desde pocos centímetros hasta casi 4 metros y lucen vistosos motivos como estrellas, cadenetas, cruces, ángeles, vírgenes, etc.